La chica de ayer

Hace ya casi un mes que se cumplieron diez años de la desaparición de Antonio Vega, compositor y cantante del grupo Nacha Pop. Imagino que es una efeméride que a ti ni te va ni te viene, pero yo cada año intento hacer un humilde homenaje a una de las personas que más ha influido en mi vida. Antonio era siete años mayor que yo, y podría haber sido perfectamente mi hermano mayor. Ese hermano que te presta sus discos y te hace sentir un hombre antes de tiempo. Nos dejó en 2009, cuando tú aún no habías cumplido los tres años. Y lo que seguro que no recuerdas es la infinidad de noches que conseguí que te durmieras tarareando alguna de sus hipnóticas canciones. Tal vez por eso, cuando el otro día yo estaba escuchando Lucha de gigantes y te quedaste con la mirada perdida, tuve la sensación de que algo en tu interior había hecho clic. Algo que te había conectado con esa extraña dimensión que solo consigue una canción de Antonio o una fotografía.

La fotografía, igual que la música, aporta un relato a nuestra vida y nos ofrece una promesa de inmortalidad. Esas imágenes emulsionadas sobre un papel siempre nos muestran un punto de fuga, y no me estoy refiriendo únicamente a la perspectiva, sino ese punto por el que nuestra realidad se escapa y conecta con nuestros recuerdos. Como tú bien sabes, yo apenas tengo fotos de mi familia y, en las pocas que conservo, todas las mujeres siempre están de luto. Supongo que van de negro en protesta por la vida, porque con vivir el presente ya tenían bastante. Tal vez por eso, desde niño tuve claro que tenía que sacar el máximo partido de mi memoria: imaginar el futuro no era suficiente, tenía que construirlo desde el presente.

Cuando eres niño sueñas con parecerte a tus padres. Durante la adolescencia, lo que menos deseas es ser la imagen y semejanza de tu padre o de tu madre; pero llega un momento en la vida en que, sin quererlo, ya eres como ellos. Pero ¿cómo reconocerte a ti mismo cuando no eres capaz ni de distinguir tu propia voz en una grabación? Hoy me he sorprendido mirando una foto tuya de hace más o menos un año, y he podido adivinar en ella cómo has cambiado por dentro y por fuera. Sin quererlo, ya eres la chica de ayer, y aunque no estés jugando con las flores de mi jardín, te veo en ella como «la chica de la curva», tratando de aportar cordura y sensatez a mi vida. Precisamente, esta semana he leído que, según un estudio de la Harvard Bussiness School, los hombres que tienen hijas se esfuerzan por ser mejores padres que aquellos que tienen hijos varones. Y es que, según este informe, tener una hija nos ayuda  a explorar más nuestro lado sensible e, incluso, a valorar más a las mujeres en general. Doy fe de que todo ello es cierto. Estoy seguro de que si no fuera por ti sería peor persona y, a buen seguro, este exótico rinconcito digital no existiría.

Hace ya unos cuantos años conocí, a través de una película, a un niño canadiense de nueve años llamado Léolo. Él había nacido en una familia de dementes y escribía sin parar en un cuaderno para evadirse de su vida. Más o menos como yo. No en balde, contar historias es una rebeldía contra el olvido. Y yo, como él, cada día sigo repitiéndome a mí mismo: «Porque sueño, no estoy loco». Hija, cuando seas mayor descubrirás que, aunque creas que ya tienes edad suficiente para conocer todas las respuestas, la vida de repente te cambiará las preguntas. Tranquila, no te asustes, cuenta hasta diez y piensa que es solo un recordatorio de todo lo que aún te queda por aprender. Yo espero estar allí y, a buen seguro, mi cabeza seguirá dando vueltas persiguiéndote.

Música: Love of Lesbian y Zahara (2010). Lucha de gigantes. España. Universal Music Spain, S.L. Canción original escrita por Antonio Vega (1987).

Fotografía: Imagen publicada en ‘Crónica’ sobre el partido del Valencia C.F. y el España C.F., celebrado en Barcelona en 1931. Gaspar (Biblioteca Nacional).

Deja un comentario